Cierto,
se nos vienen las hojas cubriéndonos de nostalgias y duda inciertas, se
esconden las verdades que duelen entre las hojas amarillentas decoloradas de
tanta incertidumbre de tanto dolor esparcido en los viejos y raídos caminos del
amor vivido antes de estos años que ya nos parecen cada día más marcados por
dolores y pesadillas, algunos son dolores del cuerpo, otros son pesadillas del
alma, tristes tardes que se desmoronan al caer sobre el piso de los logros
obtenidos, éxito superfluo que nada deja que nada aporta. Lluvias esperadas que
no llegan, no aparecen, no se asoman, lluvia que purifica, lluvia que sana,
lluvia que ilumina de nuevo el camino que aún no se vive y que quizá nunca se
aparezca de nuevo, todo se ve falso, liviano, efímero, son la desconfianza de
los falsos amores que nos aturdieron la juventud con sus aires carnavalescos
con risas y sonrisas apagadas por la tristeza que viene después del amor. Amores
y desamores van y vienen como las olas orilladas por la marea, vaivén hacia
dentro hacia afuera, nos insatisfacen los deseos imaginarios, nos aprisionan
nos aturden los recuerdos añorados. Hoy ya lejos de los nacimientos, las
alboradas, los despertares en esa juventud donde éramos reyes y reinas del
mundo, ahora solo máscaras escondidas entre las hojas secas del otoño,
camuflaje donde se esconden los sueños ya escasos temerosos de ser olvidados
por estos días otoñales que nos hielan los huesos corroídos por los andares y
miserias de la vida... a pasos débiles, cansados se nos empiezan a cercar con
alambres de púa nuestros caminos hacia un invierno que más temprano que tarde
tendremos que vivir con resignación y respeto para una vida digna y justa... la
vejez, certeza innegada.
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